sábado, 9 de junio de 2007

Escatología Privada

La diferencia que existe entre la expresión escrita y la oral es la misma que hay entre mear con una sonda o hacerlo después de aguantarte dos horas en un autobús abarrotado. Con la primera todo está controlado, hay un tubo (el tiempo, la reflexión, la razón) que va transportando el líquido de forma lenta pero continuada, pausada, hasta la bolsa, de forma que ésta cuando está llena se puede retirar cuidadosamente, con esa sensación de trabajo bien hecho, y cambiarla por otra vacía. Totalmente aséptico, completamente elegante (¿a que nunca llamarías elegante a orinar en una sonda?). Pero en el autobús sientes una sensación de agobio, ahogo, cosquilleo, ansiedad... Sin saber cuando podrás aliviar ese sentimiento. Hasta que después de aguantar tres calles desde la parada del autobús a tu casa, porque en ese bar no te dejaban usar el servicio si no consumías, porque los árboles no se riegan con eso, por el qué dirán, porque sólo quedan quinientos metros y qué son quinientos metros después de una hora punta en el transporte público, llegas a tu casa, comienzas a desabrocharte los pantalones por el pasillo, la gota de sudor que recorre tu frente, justo ahí donde una vena se está hinchando y tu madre que te saluda y tú, que ni la escuchas, pasas por delante de ella esperando que comprenda que nadie en este mundo podría detenerte, que no es nada personal y que la quieres, y cuando entras al cuarto de baño, casi andando como un pingüino porque los pantalones los llevas ya por las rodillas, casi sin darte tiempo a levantar la tapa, comienza a salir todo sin orden ni concierto, en un momento en el que comprendes lo que deben sentir los bomberos cuando enchufan la manguera y sale un latigazo de agua que puede arrancarles un brazo, y te das cuenta que no has calculado bien la distancia ni el ángulo, que la presión es mucho más fuerte de lo que tu hubieras imaginado e intentas corregir ( para nada) la trayectoria de la munición, como si apuntando bien, pudieras salvar ya el suelo recién fregado, la dentadura del abuelo y el VALE de tu hermana que andaba por allí en el revistero, y en ese momento eres consciente de que nunca entendiste tan bien lo poco que se puede hacer por los daños colaterales, que tu madre no comprenderá que la quieras y que estás sólo porque todos sabrán únicamente la última parte, la postal de un cuarto de baño devastado, sin comprender ni saber que hay quinientos metros desde la parada de autobús hasta casa, que los camareros de los bares no son tan simpáticos, que eres ecologista y no podías hacerle eso a un árbol y que eres el que más lamenta haber suspendido el carné de conducir...

viernes, 8 de junio de 2007

Pastilla extra

¿Donde están ahora los peces de Inglaterra? Ya no hay rios. Solo ansiedad. Donde alguien soñaba con pescar, ahora sólo se encuentra chatarra. Esqueletos de viejos coches. Condones. Óxido.

¿Y que más da?

Si el olvido va a parar al mar.